Tercera semana de Adviento: las prisas

Suena el despertador, y otra vez, y otra. Los músculos pesados empiezan a despertar, lentamente. Cansancio, y solo es martes. Bajo las escaleras, ya se oyen signos de vida en casa. Una buena tostada, y vuelta a subir. Otra vez bajar, y subir, y bajar. Corre que es tarde, otra mañana vas tarde. Subo al coche guardando lo que llevo en las manos en los bolsillos.

Llegar y esperar una cara dormida que abre la puerta. Saludar con efusividad y unos leves buenos días responde. Ella de nuevo sola, cuenta otro capítulo de su historia mientras protesta cuando le movilizo su hombro. Su relato hoy no es alegre, no lo lleva siendo en unas semanas. A su hora, enciende un cigarro, señal que debo irme y dejarla descansar.

De nuevo al coche, en la radio suena una canción típica pero no le presto atención, sigo pensando en su historia. Aparco, subo una cuesta mientras intento atender a los coches y cruzo la acera. Veo rostros familiares, pero cada uno está en lo suyo, y yo a lo mío. Suena música de fondo, de esas que te invitan a moverte, habrá que activarse supongo. Pedaleo, voy de un lado a otro, espero, me canso, bebo agua, continúo y por fin termino. Toca coger las pertenencias de la taquilla e ir al coche.

Llego a casa, qué silencio. Subo y pongo música, en Inglés que ahora somos muy bilingües. El agua está agradablemente caliente, reconforta, los músculos lo agradecen. Toca recoger, quitar, poner, limpiar. Huele a comida, y aprovecho para descansar en el sofá. Como, y disfruto viendo que estamos todos, y que incluso podemos hablar de política y no hay tensión en la mesa. La comida se hace distendida, así que toca correr, voy tarde. Aparca como puedas, y cruza la calle. Alguien grita mi nombre, pero yo le señalo el reloj forzando una sonrisa.

Me cambio, y suspiro mientras lo espero. La madre me saluda con “hoy no está siendo un buen día, lleva unos días muy alterado”. Entra y comienza la tarde. Saludo, pregunto, juego, regaño, río, vuelvo a regañar… Entre medias alguna noticia agradable, algún despiste, café, algún enfado. Cada hora salgo y vuelvo a entrar, y una madre o un padre espera paciente, deseando escuchar algo positivo (ya han escuchado demasiadas quejas esta mañana). Hoy termino antes, pero unas frases de inglés necesitan ser corregidas. Chaqueta a la silla de nuevo. Ya sí, breve hasta mañana y a recordar dónde estaba aparcado el coche.

Llego, me pongo el pijama como si fuese de oro, ceno acompañada y veo algo poco entretenido en la tele. Tengo que subir, pero mis músculos siguen perezosos. Por fin en el dormitorio. Miro la agenda sobre la cama, suspiro y la aparto.

Pienso en el día, ajetreado y cansado, y leo “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Y siento alivio, hondo, profundo. Y una alegría, que nace de beber de la esperanza, de aquella que he visto en muchos rostros hoy, camuflada a veces bajo otras cosas, pero que te miran buscando una huella de esa ilusión que no se pierde, porque el mundo espera, siente de fondo que estás al llegar, que vienes a nacer en ellos, en mí. Y ni las prisas, ni el cansancio, ni los tropiezos han podido apagar esa luz que traes. Me tumbo con una sonrisa y te doy las gracias. Sí, vienes.