Claret propone, con miles de argumentos y con una fuerza enorme, la virginidad consagrada como un camino perfectamente válido de realización personal. Jesucristo puede colmar las más hondas aspiraciones del ser humano.
Os quiero poner aquí, jóvenes, lo que dice a cada una de vosotras el mismo Dios por su profeta Oseas: “Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en ternura; te desposaré en fidelidad y tú conocerás al Señor”
Es interesante constatar la gran claridad de pensamiento con que el P. Claret afirma que no son las estructuras externas las que determinan el valor de la vida consagrada sino la total entrega de la persona a la causa del Evangelio. Por eso subraya, con verdadero énfasis, el valor testimoniante de la virginidad consagrada en medio del mundo y las posibilidades apostólicas que se abren con este estilo de vida.
Me parece haberos dado bastantes pruebas de la sinceridad de mi corazón…Quiero facilitaros los medios de santificación, mostrándoos un camino que millares de vírgenes santas han seguido ya desde los primeros siglos del cristianismo. En efecto, la historia nos asegura que desde el principio ha habido vírgenes consagradas al Señor y que vivían en medio del mundo…
Dios sabe cuán útiles podréis ser permaneciendo en el mundo…os quiere hacer apóstoles de vuestras familias…
Y el bien que vosotras haréis no quedará limitado en el breve recinto de vuestras casas: mucho más se extenderá, porque la luz de vuestras buenas obras resplandecerá como una antorcha, y las gentes glorificarán a vuestro Padre y Esposo celestial.
San Antonio María Claret propone unas reglas y unas etapas de preparación que han de seguir quienes quieran ser Hijas del Inmaculado Corazón de María. Con toda claridad aparece su propósito de fundar una nueva familia en la Iglesia.
Asombrosamente en el Libro quedan trazados los elementos esenciales que configuran el espíritu de Filiación Cordimariana:
La búsqueda de la santidad
Una intensa y continua vida de oración
Un quehacer apostólico que, por abrazar todas las posibilidades que ofrecía la sociedad del siglo XIX, nos permite ver con claridad la dimensión de universalidad que el Padre Claret quería dar al apostolado de sus hijas. Audaz en manera especial al recomendar la catequesis, tarea vetada a las mujeres en su tiempo.
La permanencia en el mundo con un sentido idéntico al que, un siglo más tarde, la Iglesia reconocería como misión propia de los Institutos Seculares: “…procurando santificar las acciones ordinarias de la vida”
Un testimonio de vida que invite a los demás al seguimiento de Cristo. “Con su buen ejemplo procurarán edificar a todo el mundo«
La identificación con Jesucristo hasta el amor más grande. “Amarán a sus prójimos como Jesús nos ha amado, y por esto se acordarán de lo mucho que ha hecho y sufrido por nosotros, porque aprendan ellas a hacer otro tanto por sus prójimos, y así, como esposas de Jesús, imiten a su Esposo” “Procurarán en todas las cosas imitar a Jesucristo…; para esto tendrán cada día a lo menos media hora de oración mental, que podrán hacer, si no tienen otro tiempo, en medio de sus ocupaciones”.
La vivencia de los Consejos Evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.
La semilla sembrada con tanto amor por San Antonio María Claret no quedó infecunda.
Durante casi un siglo las páginas de este pequeño libro alentaron y orientaron la entrega de jóvenes que, llamadas por Dios a pertenecerle por entero permaneciendo en el mundo, no encontraban en la Iglesia un marco apropiado para desarrollar su vocación. Unos años antes del nacimiento oficial de los Institutos Seculares, la intuición claretiana resurge con una fuerza desconocida, como un presagio de tiempos nuevos para la vida consagrada en la Iglesia. La hora de Dios suena en Plasencia, España, en 1943. Un grupo de misioneros claretianos recoge la luz encendida por el Padre Claret determinado a convertir en realidad su esperanza. El libro comienza a ser norma de vida para un grupo de jóvenes que lo asumen con entusiasmo, dedicadas a constituirse en familia dentro de la Iglesia. Simultáneamente la chispa se enciende en distintos lugares de Europa y América y se organizan diversos grupos. En todos ellos alienta idéntica Vida adivinándose ya una unidad singularmente rica en la diversidad que le dio origen.
En 1947 Pío XII promulga la Constitución Apóstólica “Provida Mater Ecclesia” reconociendo y aprobando, entre las formas de vida consagrada, los Institutos Seculares. El sueño del Padre Claret tiene ya su propio cauce dentro de la Iglesia y todos los esfuerzos organizativos se encaminan a lograr su definición como Instituto Secular.
En noviembre de 1973, fiesta de la Presentación de la Virgen, Filiación Cordimariana es aprobada por la Iglesia como Instituto Secular de Derecho Pontificio. Fiel al pensamiento claretiano, procura incendiar el mundo en el fuego del Amor de Dios desde el Claustro materno del Corazón de María.