Cuarta semana de Adviento: suerte y normalidad

Hoy es día 22 y sale el sol como cada mañana. Mis ojos se abren y un rayo de luz se cuela por mis pupilas, no quedando otro remedio que espabilarse. Toca levantarse, vestirse y dejar que el agua fría resbale por la cara para despertar el sentido de la vista. Poner el café y dejar que su aroma al hacerse, despierte mi sentido del olfato. El sonido de este líquido humeante al caer en la taza y el tintineo de la cuchara al removerlo para mezclarlo con el azúcar, parecen despertar mis oídos y su sabor encender el sentido del gusto. Definitivamente estoy despierta.

Mientras, la radio encendida canta de fondo una melodía de números – “dos mil quinientos cuarenta y cuatroooooooo” “Miiiiil eurooooooooos” – y así uno tras otros sin parar. Voces infantiles que sin saberlo son capaces de despertar sueños, pero también apagar muchas ilusiones. Y así número tras número, año tras año…

Pero… ya está, todo listo, ahora toca salir, coger aire, respirar y caminar mezclándome con la gente que también ha salido, camina, respira y se mezcla conmigo. Nuevas situaciones, nuevos momentos… o tal vez no sean tan nuevos. Las mismas caras, los mismos contratiempos, los mismos quehaceres de cada día. Calles llenas de personas que caminan casi sin mirar a su alrededor. Cosas que comprar, colas que hacer para pagar, miradas que cruzas, sonrisas que te roban.  Y siempre de fondo la musiquilla de los números como todos los años.

Y el día sigue avanzando entre coger el coche para salir de un bullicio y meterte en otro. Atascos, el juego de luces del semáforo que parece reírse de ti al verte llegar y ponerse en rojo. Toca esperar, mientras miro a los otros conductores que, como yo, intentan hacer la espera más corta jugueteando con la radio, mirándose al retrovisor, hablando con quien los acompaña… hasta que el verde gana la partida y aceleras por si pierdes esta carrera de nuevo.

Así hasta que llegas al destino, de nuevo calles con mucha gente, tropiezas con unos y saludas a otros. Escaparates que deslumbran, villancicos que suenan de fondo recordando las fechas en las que estamos. Pero algo ha cambiado, la musiquilla de números ha parado y se ha transformado en un –“¿te ha tocado algo?” “nada, ni la pedrea” – y así sigues caminando.

La gente anda más acelerada que en días anteriores y aunque se les ve con prisas, sus rostros reflejan una leve emoción, se ve que saben que el día está más cerca. El día en que Tú llegas. La oportunidad de un nuevo comienzo, de un nuevo tiempo se respira a cada paso. Qué alegría recibirte, acompañarte en tu nacimiento, porque ya estás muy cerca y el corazón se ensancha a cada minuto que pasa, para que Tú seas quien lo ocupe de nuevo. ¡Qué poco falta!