Soy Cristina, soy seglar claretiana, estoy casada y empecé la aventura y el camino de la maternidad hace 21 años, cuando al poco de casarnos me quedé embarazada de la mayor de nuestros hijos. Tenemos cinco, el segundo con discapacidad intelectual, que nos rompió los esquemas establecidos y nos descubrió un mundo precioso y desconocido en el que había que amar más.
El Corazón de María es mi refugio en el día a día, un modelo a imitar. Cuando surgen problemas, dificultades, indecisiones, me pregunto: ¿qué haría Ella? Cuando dudo lo pongo en su corazón.
El Corazón de María se hace presente en mi realidad con su generosidad. Cuando tienes varios hijos el amor se multiplica, se desparrama, sale fuera de casa con un abanico más grande de personas a las que tratar y amar (amigos, padres, abuelos, tíos, primos,…) Y en nuestro caso con una especial sensibilidad hacia aquellos padres y familias con hijos que tienen alguna discapacidad, intentando comprender sus sentimientos, sus negaciones, sus dificultades, sus miedos, su forma de afrontar la vida, que es bastante diferente a lo que llamamos «normalidad».
Tenemos que hacer que el latido de María sea más intenso en el mundo que nos rodea y nos toca vivir, en las familias con especial dificultad, pero también, como dice el Papa Francisco en «Amoris Laetitia», en las crisis comunes que suelen ocurrir en todos los matrimonios, la crisis de los comienzos, de la llegada del hijo, de la crianza, de la adolescencia, del nido vacío, de la vejez… También en las crisis personales relacionadas con dificultades económicas, laborales, afectivas, sociales y espirituales que inciden y alteran la vida familiar.
No olvidemos practicar algo tan sencillo como es el rezo de algún misterio del Rosario cuando vamos de camino hacia el trabajo, el colegio o de excursión; un Ángelus a media mañana; una jaculatoria en un descanso (oh dulce Corazón de María…). Esto nos pondrá en sintonía con el Corazón de María que nos recuerda: «Lo que Él os diga, haced».