Nuestra asociación nace del compás de miles de latidos jóvenes que resuenan ante la injusticia y el dolor, y saltan de alegría ante el amor, la entrega y el desvivirse sin límites por el otro. Manos jóvenes surge como una respuesta concreta hacia las situaciones de dolor de nuestro mundo, la indiferencia y el egoísmo que nos encierran en nosotros mismos. Y su semilla crece gracias al impulso, la enseñanza, el cariño, el apoyo, el amor y la valentía que muchos hemos vivido dentro de la familia claretiana. El fuego de Claret arde en nuestros corazones de una manera especial, y nos anima a seguir caminando y construyendo un mundo cada vez más parecido al Reino de Dios, siempre dentro de nuestras pobrezas y limitaciones.
Y como misioneros y anunciadores de la Buena Nueva al estilo de Claret, en nuestra misión concreta del día a día, tenemos muy presente el Corazón de María. Su ternura y su esperanza son para nosotros referentes en el servicio, aliento en la tarea evangelizadora, fuerza en las dificultades que se nos presentan en el día a día. Como una madre, así estamos llamados a amar, especialmente a aquellos a los que el mundo y la sociedad ha decidido ignorar y marginar, que cargan con heridas e historias sufrientes pero llenas de fortaleza, superación y verdad.
Nos sentimos llamados a abrir horizontes, a proponer a otros jóvenes que conozcan una forma de vivir auténtica y real. Que sean capaces de quitarse la venda de los ojos, y que como María sean capaces de creer. Creer que la vida se nos ha regalado para vivirla en plenitud y profundidad, que la alegría puede ser algo real y permanente, y no sólo una risa pasajera, y que al final solo contará lo que hayamos amado a los otros. Que como decía la Madre Teresa de Calcuta, estamos hechos para grandes destinos y sólo tenemos que comprenderlos.
Esperamos seguir caminando y creciendo, abrasando con llamas de esperanza y ternura, como el Padre Claret con su hatillo en los caminos de Barcelona. Teniendo presente que para María en muchas ocasiones no fue fácil la misión a la que Dios la llamó, y también como nosotros, tuvo que enfrentarse a muchos miedos, dudas e incertidumbres. Pero siempre permaneció firme en la confianza a Dios, con la certeza de haber conocido el mayor amor.
Hace falta que el corazón de María siga latiendo todavía en muchas vidas que se encuentran al borde de los caminos, esperando que alguien las levante y las invite a nacer en el amor. Esperando recobrar la dignidad que no se les reconoce, la justicia que les ha sido arrebatadas. Y enseñándonos las verdades de la vida y el otro que sólo se aprenden mediante la sabiduría que da haber superado heridas e historias de sufrimiento. Pero, sobre todo, el corazón de María debe seguir latiendo para derribar nuestros prejuicios y estereotipos, el ego poderoso que nos acorrala, el consumismo que no nos permite mirar más allá. Porque abrir el corazón es el primer paso para poder servir en el Reino de Dios.
Belén Marcos Maestre, socia fundadora de Manos jóvenes.