Mi nombre es Serapio Sajeras, misionero claretiano, de la comunidad del Pilar, en Santa Cruz de Tenerife. Va a hacer tres años que vine a esta comunidad claretiana a la que había sido destinado anteriormente en otras dos ocasiones, en la primera de las cuales estuve compaginando el trabajo en la Parroquia con los estudios en la Universidad de la Laguna.
Mi trabajo pastoral lo he realizado durante muchos años en el campo de la educación cristiana en nuestros centros de enseñanza; desde el 2001, mi dedicación ha sido a la pastoral parroquial, y, dentro de la misma, con una dedicación preferente al campo de la Pastoral de la Salud, en estos últimos años, como capellán de la Clínica Hospitén-Rambla en Santa Cruz de Tenerife.
¿Qué es para mi el Corazón de María? Esta pregunta me lleva a revivir los comienzos de mi vida en el seminario claretiano. Cerca del pueblo extremeño en el que nací, de la provincia de Cáceres, había un seminario menor claretiano, o postulantado, como también se llamaba. La cercanía y el conocimiento de los misioneros inclinó mi vida a querer comenzar mi experiencia como seminarista en dicho centro. Desde el cuadro del Corazón de María, que presidía la entrada del seminario, todo nos orientaba a sentir y a vivir nuestra vida dentro de la maternal ternura del Corazón de María. Era algo que se respiraba como un ambiente natural.
Todo el mundo sabe que las vivencias que se asientan como base en la infancia quedan como algo importante y constante en los años que nos toque vivir posteriormente. Y esos años posteriores fueron otra oportunidad para sellar lo vivido inicialmente, con una fuerza ya más consciente y decisiva. La profesión religiosa-como hijo del Corazón de María- y la posterior ordenación sacerdotal, las viví, y las sigo viviendo cada día, bajo la mirada y el Corazón cercano de la Madre, que me enseña a vivir –como ella-en clave cristiana, y me anima en la misión que ella misma impulsa en la Iglesia y en la Congregación claretiana, como Misionera que nos trajo la Palabra.
Mi vida de cada día se desarrolla en el ámbito de mi comunidad claretiana, en el trabajo pastoral de la Parroquia del Pilar y en la misión específica que me ha sido confiada como capellán de la clínica Hospitén-Rambla.
Cuando todos los que formamos la comunidad, contando con nuestras diferencias, cosa lógica por la edad, los gustos etc., tenemos un mismo sentir y vivimos la cercanía de la fraternidad en nuestra convivencia, es porque la vocación a la vida consagrada a la que hemos sido llamados por el Señor, tiene un aire de familia que nos viene dado y alentado en cada momento por el Corazón de la Madre. Como hijos de su Corazón, la sentimos cercana a nuestros proyectos, a nuestros sufrimientos y a nuestras alegrías de la vida diaria. Contamos con Ella y la invocamos en nuestra oración personal y comunitaria; podríamos decir que, como Madre, vive con nosotros en nuestra casa. Y todos tenemos experiencia del calor y de la ternura que una madre da al hogar en el que se reúnen los hijos.
Nuestra Parroquia del Pilar, como Parroquia Claretiana, tiene una impronta mariana, no sólo por su titular, sino porque el amor y la devoción al Corazón de María se fomenta y se inculca a todos los que viven su fe en ella. Recordamos que Aquél que nos trae la salvación y al que celebramos en nuestra fe, se formó en el Corazón y en la entrañas de una Madre que nos ha sido dada a nosotros como Madre nuestra. Por eso, en la liturgia y la evangelización que se realiza, la sentimos cercana. Ella, la fiel oyente de la Palabra, que la guardó y la meditó en su corazón. Los misioneros claretianos, Filiación Cordimariana, comunidades de seglares claretianos y otras comunidades y grupos de nuestra Parroquia sabemos que estamos cuidados por el calor de un Corazón de Madre. La Archicofradía del Inmaculado Corazón de María es una expresión de ese amor de familia.
Y, finalmente, desde la experiencia de mi cercanía con las personas que pasan por la enfermedad, bien en sus casas como en las clínicas, siento que todo el tiempo dedicado a la escucha del enfermo, toda palabra de consuelo y de ánimo, La Palabra y la Comunión que muchos reciben, tienen un cauce de llegada hasta el dolor del que sufre, el amor de un Corazón que es Salud de los enfermos. La que es fiel a la escucha de la Palabra nos enseña y nos envía a ser fieles también, como ella, a la escucha del sufrimiento de las personas que están cerca de nosotros.
Echando una mirada a nuestras vidas y a nuestro mundo, nos damos cuenta de que hay, por lo general, una gran carencia de cercanía y de preocupación por el otro. Caemos fácilmente en el peligro de vivir y de mirar exclusivamente por nosotros, cerrando los oídos y los ojos a lo que pasa a nuestro alrededor, especialmente a los que sufren y no pueden contar mucho en la sociedad porque han sido excluidos.
En este nuestro mundo de grandes palabras y de poco corazón es donde hay que poner el calor, la cercanía y la ternura del Corazón de María. Todo el que se dice hijo del Corazón de María, y la tiene por Madre y Maestra, ha de aprender en la fragua de su Corazón a sentir las necesidades y los sufrimientos de los demás y salir con urgencia a remediarlos. En definitiva, a poner corazón en todo lo que hacemos, porque una Madre se entrega y quiere a todos sus hijos.