Nuestra historia
Desde el corazón y la pluma de Claret
San Antonio María Claret, único Fundador reconocido del Instituto, obedeciendo a un «pensamiento que el Señor le inspiraba», quiso «proporcionar unos cauces que hicieran posible vivir la consagración a Dios en medio del mundo».
Para alcanzar este objetivo, y obedeciendo a su corazón de profeta, hizo lo que era posible en el entorno difícil y cerrado del siglo XIX: escribió un libro –Hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María o Religiosas en sus casas– y trabajó cuanto pudo por su publicación y posterior difusión.
El pensamiento de Claret comienza a difundirse al mismo tiempo en España y en América. Durante casi un siglo es norma de vida abrazada a título personal, hay que esperar hasta mediados del siglo XX para ver los comienzos organizativos.
Principios organizativos
El 6 de mayo de 1943, en Plasencia, se reúne el primer grupo de jóvenes convocado por cuatro misioneros claretianos enamorados del pensamiento de Claret: Manuel Jimenez, Agapito Robles, Vicente Gómez y José María Rodríguez.
En septiembre del mismo año, en la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores de Sevilla nacía un nuevo grupo.
En los años siguientes, con un impulso similar, surgen núcleos en distintas ciudades de España y América, siempre al amparo de la Congregación de Misioneros.
En busca de la definición del propio ser
En 1944 una Comisión –designada por el Superior Provincial de Bética– redacta los primeros Estatutos que dan un nuevo impulso a la expansión del Instituto favoreciendo la fundación de nuevos Centros.
El 2 de febrero de 1947, Pío XII promulga la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia que reconoce y aprueba, bajo la denominación Institutos Seculares, la posibilidad de abrazar la vida consagrada permaneciendo en las estructuras temporales, “en el corazón del mundo”. Este hecho eclesial señala claramente el camino y hacia esta definición se encaminan todos los afanes.
Superada la que podríamos llamar “etapa de transición” en la que Filiación Cordimariana es reconocida como “obra propia de la congregación Claretiana a modo de Instituto Secular”, 1959, el Instituto alcanza su plena definición jurídica el 19 de marzo de 1971. Con esa fecha el Cardenal Arzobispo de Pamplona, el claretiano Arturo Tabera, firma en dicha ciudad el decreto de erección del nuevo Instituto Secular. Poco tiempo después, el 21 de noviembre de 1973, Filiación Cordimariana es reconocida como Instituto Secular de Derecho Pontificio.