Muy queridas hermanas en el Corazón de María:
El próximo 19 de marzo celebramos el 50º aniversario de la Aprobación Diocesana de Filiación Cordimariana como Instituto Secular, justo en el año dedicado por el Papa Francisco a San José y a la Familia. Evocar este aniversario nos ayuda a valorar su profundo significado teológico y espiritual, y a rememorar el paso del Señor en la historia de nuestro Instituto. Sin olvidar que todo ello sucede mientras caminamos hacia nuestra XI Asamblea General. Como dice San Agustín: “Grande es lo que el Señor nos promete para el futuro, pero es mucho mayor aún aquello que celebramos recordando lo que ha hecho por nosotros”. Desearía que este pensamiento iluminase cuanto en esta circular quiero compartir con vosotras.
Un acontecimiento eclesial
“Cuando la Jerarquía aprueba un Instituto de vida consagrada reconoce
públicamente que éste es un don precioso de Dios para su Iglesia. Confiesa y agradece la especial intervención del Espíritu Santo, que viene en ayuda de la Iglesia y de la humanidad, regalándole un modo peculiar de seguir a Jesucristo y de proclamar el Reino de Dios. De ahí que la misma Iglesia tenga sumo respeto y defienda la índole propia de cada Instituto. La nota carismática específica de cualquier instituto exige, tanto del Fundador como de todos los miembros, un examen continuo sobre la fidelidad al Señor; docilidad a Su Espíritu; la atención inteligente a las circunstancias y una perspectiva dirigida con cautela a los signos de los tiempos; la voluntad de ser parte de la Iglesia; la conciencia de la obediencia a la jerarquía; audacia en las iniciativas; constancia en la entrega de sí mismo; humildad ante el devenir de las adversidades.”
El acontecimiento narrado en nuestra historia institucional
Para recordar todo lo que el Señor ha hecho por nosotras, quiero recoger a
continuación, las palabras de felicitación de Mª Teresa Cuesta, Directora General en 1971, en cuyo Gobierno se asumió la responsabilidad de solicitar a la Iglesia el reconocimiento y aprobación de una nueva estructura jurídica para las Hijas del Inmaculado Corazón de María, de modo que pudiéramos encarnar en la Iglesia y en el mundo el don de Dios, tal y como San Antonio María Claret lo soñara para nosotras a mediados del siglo XIX, y transcurridos ya más de 75 años desde aquella primera reunión de Plasencia en 1943. Estas eran sus palabras, que siguen teniendo plena vigencia hoy:
“Ahora sólo nos resta vivir con tal conciencia e integridad el don de vocación que nos ha sido hecho, que pueda hacer suyas nuestro Santo las palabras de San Pablo a sus amados fieles de Filipos: Hijos e Hijas del Corazón de María, vosotros sois mi gozo y mi corona”.
Y también nos ayudarán algunas palabras de la Circular de Mª Pilar Bermejo, Directora General en 1996, evocando el 25º aniversario de este acontecimiento que hoy revivimos.
“… Han pasado veinticinco años desde aquel 19 de marzo en que el
Cardenal Arturo Tabera, como Arzobispo de Pamplona, firmara el Decreto
por el que la Iglesia reconocía pública y solemnemente la inspiración divina de nuestro Don en la Iglesia. Es inevitable en estos momentos volver los ojos hacia San Antonio María Claret para actualizar las líneas fundamentales de su pensamiento, inspirado por Dios. Especialmente tendríamos que detectar:
– Qué quiso para nosotras, cómo nos pensó, apoyándonos no sólo en
la letra de sus escritos, sino en la fuerza que le confiere esta concreta aprobación de la Iglesia.
– Cómo hemos de conjugar hoy la fidelidad al designio de Dios, manifestado por su mediación, con la necesaria adaptación a un tiempo y unas circunstancias tremendamente cambiantes y especialmente desafiantes.
– De qué forma actuaría él, y cómo nos orientaría si viviese, para que el Instituto cumpliera plenamente su misión.
Llamadas por Dios a un concreto ideal de vida, nuestra fidelidad al Evangelio pasa, necesariamente, por la fidelidad al propio Carisma. Veinticinco años de experiencia tienen que ser la ocasión de un nuevo impulso, más ilusionado, más ferviente, más entregado hasta el fondo al quehacer de mostrar a los hombres el Rostro materno de Dios, morando en el Corazón de la Virgen Madre y comprometidas en el empeño de hacer de este mundo un Hogar habitable, donde todos se sientan y vivan como hermanos sabiéndose hijos de un mismo Padre…”
Hoy, con la experiencia de gracia vivida en estos cincuenta años, miramos con esperanza el futuro, con la certeza de que cada Hija del Inmaculado Corazón de María renovará “su entrega a la solicitud materna del Corazón de la siempre Virgen María, para responder fielmente al llamamiento de la Trinidad Santa, y vivir más intensamente para alabanza de su gloria, en el seguimiento radical de Cristo, siendo fermento en medio de las realidades temporales y humanas para robustecer e incrementar el Cuerpo de Cristo,
queriendo ser fiel al espíritu de san Antonio María Claret, en el servicio de Dios y de la Iglesia, y así conseguir la caridad perfecta”.
Con Claret, en la Iglesia, hoy
El don de vocación recibido nos sobrepasa y es más grande que nuestras
deficiencias y que nuestros proyectos. Por eso, en este aniversario queremos, una vez más, dar gracias al Señor porque, a través de san Antonio María Claret, “se nos concedió el honroso y noble título de Hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María” , en el que se indica al mismo tiempo nuestro ser y misión, como verdadera familia en el espíritu” . Sí, damos gracias por nuestro santo Fundador, por lo que fue y por el patrimonio espiritual que nos ha dejado: “su profunda experiencia de hijo, su ardiente amor al Corazón de María, su sentido eclesial, su celo apostólico y su cercanía con el pueblo pobre y sencillo, su empeño en difundir la Palabra de Dios y promover la verdad y la justicia, y su especial sensibilidad, llena de creatividad y ternura, para trabajar a favor de
los más humildes y vulnerables”.
Desde este patrimonio espiritual de Claret, que para nosotras es “nuestra
espiritualidad cordimariana-claretiana, es desde donde podremos discernir y abordar el desafío del terrible impacto de la pandemia del Covid-19, y de la nueva realidad que vive la humanidad del siglo XXI. Porque el seguimiento de Jesús nos coloca en un nuevo orden “en conformidad con las Bienaventuranzas” formando parte de la Iglesia discípula y misionera que quiere…
- Tejer vínculos esenciales en las cuatro relaciones constitutivas del ser
humano: “mi relación interior conmigo mismo, con los demás, con Dios y con la tierra; cuando todas estas relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en peligro”. - Atender a lo importante, “la periferia es el centro”.
- Cuidar la fragilidad, que quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad.
- Soñar un sueño de fraternidad en el ejercicio de la “projimidad”.
- Aspirar a una “ecología integral “para la sostenibilidad del planeta.
- Confiar y esperar porque sabemos que ante los problemas y conflictos totalizantes Dios resuelve por “desborde” .
De la mano de san José
Como nos dice el papa Francisco en su carta apostólica Patris Corde, en este año de San José, “no nos queda más que implorarle la gracia de las gracias: nuestra conversión”, de modo que se pueda cumplir en nosotras, cada día y en plenitud, la prolongación de la maternidad espiritual de María con su mismo Corazón Inmaculado y Materno. Acudimos confiadas, y a él dirigimos nuestra oración:
Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también con nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén