Si me preguntan sobre la maternidad de María y cómo hacerla vida, diría: ‘¡Cuánto en tan pocas palabras! ¡Y qué gracia saber que aunque no las comprendemos ni abarcamos en su totalidad se hacen vida en nosotros por pura misericordia de Dios! La verdad es que si algo nos define es la maternidad, y entendida desde la maternidad de María. También la gracia la hizo a ella Madre de Jesús y fue el mismo Jesús el que le entregó la gracia de ser nuestra madre. La maternidad espiritual de María es
un concepto teológico que se explica en el pasaje de Juan, cuando al pie de la cruz se encuentran María y el discípulo amado. Sucede aquí que Jesús entrega a María como madre a Juan y a éste le pide que la acoja como tal. En este intercambio de dones, la Iglesia expresa como María es entregada, en Juan, a todos los creyentes como Madre. Por eso se dice que es madre espiritual.
Pero esto no es más (ni menos) que un concepto teológico que si no se hace vida, no deja de ser teoría. Además, explicado así suena muy frío e incluso algo ajeno y lejano. La teología nos ayuda a ‘entender’ los misterios de Dios, que muchas veces vivimos aún sin ser conscientes y conocemos en profundidad aún sin saber explicarlo y ponerlo en palabras. Dios es siempre misterio y nosotros, como pequeños que somos, sólo podemos asomarnos un poco a su grandeza y dejarnos empapar sin comprender, confiando en Aquel que nos sostiene y nos hace vivir.
¿Y qué es prolongar la maternidad de María?
Ante todo, un regalo inmenso del Padre. Primero, porque nos configura con María en su realidad trinitaria: hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu. La hija del Corazón de María es también, como ella, hija, madre y esposa. Como decía Claret, María es nuestro todo después de Jesús. Nos acoge en su Corazón y así nos da sus mismos sentimientos, nos suscita sus mismas actitudes. Es vivir como María en este tiempo. Amar como ella, sentir como ella, entregarnos como ella… Abrazar el dolor, propio y ajeno, como ella lo hizo. Buscar la cruz y estar allí, a sus pies, en silencio, como la Madre. Es abrir constantemente el corazón a la voluntad de Dios pronunciando el ‘hágase’. Es mostrar a otros Su voluntad, guiarlos (siempre desde nuestra torpeza y pequeñez) al querer de Dios, como una madre cuida y guía a sus hijos, se preocupa por ellos, sufre con ellos, se alegra con ellos. Es vivir con el corazón de la Madre latiendo en nosotros. Y así ser madre para otros.
Prolongar la maternidad de María nos hace poner corazón en todo lo que hacemos, viendo en los hermanos al Hijo necesitado, de manera que al arrodillarnos ante la necesidad del otro, lo hacemos ante el mismo Dios.
Piensa en tu madre, con cuánto cariño os trata, os cuida, busca lo mejor para vosotros, os empuja cuando es necesario, sufre cuando sufrís, llora contigo y se alegra contigo… Así estamos llamadas a vivir nosotras. Así me siento yo madre. Así hace fecunda Dios una vida entregada a Él.
Prolongar la maternidad de María es esto: vivir con su mismo corazón, con su misma ternura y su misma humildad. Dios lo hace posible, no tenemos que esforzarnos en nada más que en estar junto al otro. Por eso nuestra consagración es secular, por eso nuestra vida está llamada a estar en medio del mundo, para estar junto a los otros, para vivir su misma realidad, sus mismos sufrimientos y alegrías, para poder participar de sus vidas y así dar a luz al Hijo, mostrar a Cristo que vive y que sigue acercándose al hombre. Por eso somos fermento en medio de la masa, una mínima parte de la sociedad pero sin la cual el Reino no crece, no fermenta la masa del Reino.
En definitiva, es ser madre como la Madre, contemplar su vida, su entrega a la voluntad de Dios y dejar que por nosotras ella viva hoy’.
…y resulta cierto que un día me preguntaron sobre esto… y esta fue mi respuesta…
De una hija del Corazón de María