En tiempo de Pascua, alegría de compartir: Lucía Muñoz

Esta Semana Santa hemos estado, junto con nuestros hermanos claretianos y varios jóvenes de diferentes lugares del sur de España, en Valencia del Ventoso (Badajoz). ¿Para qué? Sencillamente, para compartir los días centrales de nuestra fe en un lugar y con unas personas concretas. Ha sido un tiempo de GRACIA en el que hemos palpado el paso del Señor por nuestras vidas. Una experiencia que ha tenido lugar desde dos perspectivas diferentes pero totalmente complementarias: la pascua misionera y la pascua contemplativa. Dejemos que sean algunos de los participantes los que nos abran su corazón para asomarnos a lo que ha pasado por ahí estos días.

PASCUA CONTEMPLATIVA

Sería injusto no comenzar diciendo que vivir la Pascua Contemplativa este año, ha sido un inmenso regalo. Unos días para simplemente ESTAR, estar delante de Dios, sin tratar de aparentar nada, contemplando con los ojos del corazón los misterios de la Pasión y Resurrección de Jesús, y reconocer que todavía hoy ese misterio tiene mucho, o todo que decir en nuestra vida.

Cuando pensamos en la Pasión de Jesús creo que a todos se nos viene a la cabeza la imagen de la cruz, pues bien, esta Pascua me ha dejado acercarme y conocer más la cruz de Jesús, pero sobre todo a no tener miedo a mirar de frente mis propias cruces y abrazarlas y que eso es lo único que nos permite seguir caminando, amar a Dios y al hermano aun cuando duele, en el silencio, aun cuando nos parezca imposible que podemos darnos porque sintamos que estamos rotos, porque así fue como amó Jesús al mundo, rompiéndose, partiéndose por nosotros.

Cuando contemplábamos el icono del rostro de Jesús, se nos invitaba a responder a su pregunta, ¿Y vosotros, quién decís que soy yo? Sin embargo, al intentar responderla a través de la Palabra, parecía que ésta daba la vuelta y ahora la pregunta era, ¿y tú, Lucía, quién eres? ¿Quién aspiras a ser? Momento en el que se disparan mil dudas, parece que no hay respuesta, que no te reconoces…pero entonces volvía a levantar la cabeza y me encontraba con el mismo rostro de Jesús, tan divino como humano a la vez, y fue cuando descubrí todos los que estábamos allí aspirábamos a ser como el mismo Jesús, que todos estamos llamados a vivir a imagen y semejanza suya.

No solo contemplar, orar con la Palabra, pasarla por el corazón, descubrir nuevos pasajes…ha sido clave en esta Pascua, en la que María ha sido todo un ejemplo, ella supo cómo escuchar y hacer la voluntad de Dios. Su presencia a través del icono, nos tranquilizaba a todos, como tranquiliza una madre a su hijo y nos señalaba que era en su Hijo, Jesús, dónde encontraríamos todas las respuestas.

Experimentar que Jesús no solo murió por nosotros, sino que también resucitó, y que nos invita a resucitar con Él, a veces me hacía temblar de miedo por no entender dónde quería llevarnos ese Amor, como se transformaría mi vida si de verdad aceptaba y acogía esa Resurrección.

Tampoco sería justo si no agradeciera a Dios las personas con las que he compartido esta Pascua Contemplativa, ellos han sido luz, mucha luz. Estar unidos a ellos en oración, compartir aquello que nos removía el corazón, contemplar su sed de Dios, de autenticidad y de fidelidad…ha sido, sin duda, el mejor de los regalos.

“Levántate tú que duermes, abandona tus infiernos, que Cristo será tu Luz” (Efesios 5, 14)

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