Carta a unos jóvenes que me preguntaron qué significaba para mí amar.
Me encanta adentrarme en la “escuela de María” para aprender a amar. Soy consciente, cada día más, de mi pobreza, de mi incapacidad para amar a la medida del Corazón de Cristo; para amar como a Él le gusta, es decir, ¡hasta el extremo! En definitiva, para amar como Él nos ha amado. (cf Jn.15, 12)
Sé que ese amor, que me hace tan plena y feliz, se me regala en un Corazón –¡muy especial!– que sí que sabe de amar. Y de amar siempre; entendiendo y no entendiendo; a las duras y a las maduras. ¡Es el Corazón de María!
Se me ha dado, por vocación, la gracia de participar de un modo particularmente fuerte e íntimo de la Maternidad de María, de su modo peculiar de amar. Estoy llamada a ser prolongación, sencilla y cotidiana, de su Corazón Materno. Estoy llamada, en Ella y con Ella, a ser sencillamente “una mujer que ama”.
Experimento, con mucha fuerza, cómo es María la que me enseña a amar con su misma simplicidad y totalidad, en las diversas circunstancias y situaciones de mi vida concreta. Habría miles de anécdotas para contar… en particular, en mi ámbito de trabajo laboral, donde disfruto enormemente y el Señor me concede la gracia de palpar que el amor es la única fuerza capaz de transformar el corazón de las personas. Es lo que pido con más fuerza, cada mañana, cuando pongo el pie en el suelo: Señor, dame la gracia de reaccionar amando siempre, que seas Tú el que mire, el que acaricie, el que hable, el que aliente… a través de mí.
Vivir en el Corazón de María significa para mí acompasar los latidos del propio corazón a los del Suyo. Y no podéis imaginar cómo palpo cada día “los milagros” que María hace en mi pequeñez.
Así, en Ella, procuro vivir cada momento, cada instante colmándolo de Amor, como si fuera el primero, el único, el último. Y este amor me hace vivir la vida con una intensidad enorme. ¡¡La vida así es maravillosa y adquiere una densidad impresionante!! Y es que el corazón de todo ser humano está hecho para amar y sólo amar. ¡Os puedo asegurar que soy inmensamente feliz!
Además, tengo otro secreto. Es la Eucaristía. Otra escuela maravillosa para aprender a amar. ¡Os la recomiendo!
En María aprendo a gustar el don precioso de la Eucaristía y de Ella aprendo a vivirla en profundidad.
Sí, María me enseña a vivir y a ser Eucaristía cada día. Es algo hermosísimo que llena de luz y de sentido toda mi existencia, aún en medio de mis limitaciones y de mi pobreza.
No os podéis imaginar cómo aprendo a “ser madre” en la celebración cotidiana de este sagrado misterio. Vivo cada Eucaristía como una escuela comprometidísima de maternidad. Y… ¿por qué? Sencillamente porque en ella aprendo los secretos y las consecuencias de la entrega hasta el extremo; porque la contemplación del Hijo, hecho carne para la vida del mundo, deja impresas en el alma aquellas Palabras que un día pronunciara: “haced vosotros lo mismo”; y… lo aprendo cada vez que me dejo fascinar por ese rostro bellísimo de Cristo, convertido, para mí y para todos, en Pan que se parte y se reparte para dar vida y darla en abundancia… “Éste es mi cuerpo, yo os lo doy” (Lc 22,19)
La Eucaristía es, por tanto, una fuerte llamada a convertirnos, nosotros también, aunque parezca increíble e imposible, en Pan que da vida; “sed panes pascuales”, dice San Pablo en su primera carta a los Corintios hablando del cuerpo de un creyente transformado por la gracia del Bautismo y alimentado con el don de la Eucaristía.
En la Eucaristía aprendemos, como Cristo, como María Madre, a “rompernos”… Una madre jamás podrá dar a luz si antes no se deja “habitar” por otra vida y si antes no está dispuesta a “romperse” y, en definitiva, a darlo todo para que la existencia, que se gesta en sus entrañas, VIVA.
Por ello, queridos jóvenes, amigos, la Eucaristía y María nos enseñan cómo hacer realidad el sueño de Jesús sobre nosotros: amar, como Él, hasta el extremo. Ambas realidades nos sitúan en la dinámica del amor más grande, del amor que ama siempre y hasta el final. ¡Como una madre! ¡Como el amor del Padre manifestado en el Hijo, el Pan VIVO, bajado del cielo para la vida del mundo!
¡¡Amar es dar VIDA!!
Un abrazo entrañable,
Carolina Sánchez – Filiación Cordimariana